Mucho más tarde, cuando ya estaba cogiendo el sueño, vi una silueta que se deslizaba en la salita comedor y, silente, se acercaba a mi sofá cama. Me tomó de la mano:
—Ven, ven conmigo —me ordenó.
—No puedo ni debo —le dije yo, levantándome y siguiéndola—. El doctor Pineau me lo ha prohibido. Por dos meses al menos, no puedo tocarte ni menos hacerte el amor. Y no te tocaré, ni te haré el amor, hasta que estés sanita. ¿Entendido?
Nos habíamos metido ya a su cama y ella se acurrucó contra mí y apoyó su cabeza en mi hombro. Sentí su cuerpo que era sólo hueso y pellejo y sus pequeños pies helados frotándose contra mis piernas y un escalofrío me corrió de la cabeza a los talones.
—No quiero que me hagas el amor —susurró, besándome en el cuello—. Quiero que me abraces, que me des calor y que me quites el miedo que siento. Me estoy muriendo de terror.
Travesuras de la niña mala, Mario Vargas Llosa
[Punto de lectura, 2008]
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