Fue otra vez un viaje en un vagón de mercancías, pero ahora casi agradable. Éramos sólo unas veinte, en todo caso no demasiadas. Y sin equipaje. No teníamos ya nada propio. La puerta del vagón estaba abierta, de forma que se podía respirar. Sobre todo salíamos de Birkenau. Yo era feliz de puro alivio.
Y sin embargo todo tenía un aspecto diferent. Procedente del campo de exterminio, yo contemplaba el paisaje normal, como si se hubiese vuelto irreal. En el viaje de ida no lo había visto, y esta vez aquella comarca que todavía hoy entusiasma a los silesios se extendía ante mí, apacible y encantadora como en una tarjeta postal, como si el tiempo se hubiese detenido y yo no viniese directamente de Auschwitz. Ciclistas circulando por tranquilos caminos rurales, entre campos de cultivos iluminados por el sol. Sentí intensos deseos de salir al aire libre. El mundo no había cambiado, Auschwitz no había estado un planeta extraño, sino en medio de la vida que allí veíamos y que había seguido existiendo como antes. Yo le daba vuletas a la incongruencia de que aquella vida sosegada existiera en el mismo espacio físico de nuestro convoy. Pues nuestro tren formaba parte de los campos de concentración, de lo propio y específico de la vida de esos campos, y allí fuera estaba Polonia, o Alemania, Alta Silesia, o comoquiera que se llamase, patria de las personas a cuyo lado pasábamos, lugar en el que se sentían a gusto. Lo que yo había vivido ni siquiera les había rozado a esoso que estaban allí fuera. Descubrí el secreto de la contemporaniedad en su calidad de algo insondable, no completamente imaginable, afín a la infinitud, a la eternidad.
Seguir viviendo, Ruth Klüger
2 comentaris:
és un petit tresor... vull anar amb tu un dia a la llibreria proleg, si?
demà demà demà? demà què?
petons!
la vida de Ruth Klüger cada cop m'impressiona més, la "bipolaritat" de la mare només és una de les coses tan heavys que va haver de suportar...
L'última frase és brutal.
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