Ella está sobre la cama de leopardo, es un bulto, una especie de araña con ropa. Pero también es una mujer que llora. Martín cede a la rutina cuando algo se le afloja, una dejadez, la misma sensación que uno tiene en la butaca de un cine al terminar la película, ganas de quedarse ahí y que la proyecten de nuevo. Le da un poco de miedo porque aún no está seguro de que ella no se incendie de pronto y se sobreponga para lanzarle espinas de higo chumbo, pero se sienta en la cama, al lado del bulto, y le busca la cara con los ojos: encuentra un rostro aniñado y sufriente, consternado, hipando. Bueno, ya está bien. Hay que continuar. Con la mano que antes apretó el mango del cuchillo ahora recorre el cráneo de Nadia. Estira los dedos hasta cubrir su frente y sus cejas, luego baja por la mejilla y acopla su palma a los huesos marcados. Ella no reacciona al principio, pero al rato agarra la muñeca de Martín como si fuera un klínex y la aprieta contra su pecho. Él musita no llores, no llores más. Ninguno de los dos dice lo siento pero ella mueve la cabeza como renegando de sí mismo o de él o de las palabras Ya está, se están reconciliando. No es magia, tampoco están seguros de que sea amor, lo único que sienten es cansancio. Algo insoportable que te cae encima. Es un no te agunto ni un minuto más pero a la vez podría aguantarte toda la vida.
Por si se va la luz, Lara Moreno
[Lumen, 2013]
1 comentari:
El problema sembla ser que son dos pròxims que estan lluny perque pensen cadascú en si mateix; si sabessin estimar, si sabessin pensar l'un en l'altre i desitjar fer-se feliços, descubririen que el cansanci no hi es en la joventut d'un cor anamorat, encara que tingui taquicardies...
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