Me acuerdo del sufrimiento que en los primeros tiempos me producía la llegada de alguien intratable, o simplemente banal, justo cuando estaba sumergida en una conversación buena y bonita, en un lectura buena y bonita. Qué mal me sentaba tener que abandonar el libro, el amigo o la amiga. Notaba cómo se me dibujaba una mueca en el rostro. Mis diablos interiores se daban codazos y me guiñaban un ojo: «¿A qué estás esperando para mandárnoslo?». Con el tiempo me dije: «Esto no puede seguir así. Hay que hacer como los religiosos de verdad: no tener preferencias, o muy pocas». El estado de ánimo de los libros es una sonrisa universal. En consecuencia, me esforcé para sonreírles a todos; al principio tuve que aplicarme, a menudo forzada, pero luego las pequeñas victorias trajeron consigo las grandes: mi sonrisa me hacía sonreír.
Rue de l'Ódeon, Adrienne Monnier
[Gallo Nero, 2011]
1 comentari:
Fantàstic! Sabem que la por engendra por, però oblidem sovint que els somriures engendren somriures...
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